Mi esposo y yo hicimos alyah el 18 de diciembre de 2022. En diciembre cumplimos 1 año de haber llegado y
ya nos tocó nuestra primera guerra, o segunda porque hubo una en mayo que no la sentimos como guerra. Lo de
ahora es otra cosa. Es una sensación de tristeza mezclada con impotencia. Es una experiencia difícil
para un olé, aunque cuando tomamos la decisión de venir aquí, sabíamos que es un
país en pie de guerra, asediado de enemigos por todo lado. Pero también oímos siempre que en
Israel no se siente la miljamá (guerra). La vida sigue a pesar de todo. Esta vez ha sido más
kashé (duro), pues más que guerra es un ataque desigual. Es una mal llamada guerra, es un ataque
contra gente inocente, que pagó con su vida las consecuencias de su salvajismo aterrador.
Quiero
agradecer a la oleí Modiin por el acompañamiento y el apoyo que nos han dado. Algunos miembros nos
han invitado a sus casas para que cada uno exponga su punto de vista y se desahogue un poco en esta
situación nueva para nosotros. Fue una experiencia muy iafá (linda) y enriquecedora, además
de relajante, en medio de este stress que nos ha tocado vivir.
Hay sitios especializados en
psicología para ayudar a la gente que siente mucho miedo y hasta se descompensa en estos momentos tan
difíciles.
Un día recibí una llamada del (ministerio de absorción) Mizrad
Klitá, para preguntarme cómo nos sentimos como olim jadashim y qué necesitamos. En ese
momento estaba recién empezando la guerra y le contesté a la usanza israelí, kol beseder
(todo en orden). Ahora que ha pasado casi un mes y sin saber cuánto más tiempo dure esta
situación, tal vez contestaría que necesito paz. Es algo que no venden en los supermercados, ni
tampoco se consigue por internet. Pero si pienso en las necesidades que tengo en este momento, esa es la
principal: PAZ Estamos en un mundo desordenado donde prima el mal sobre el bien, donde los valores se han
invertido y la razón la tienen los fuertes y poderosos. Los que manejan el dinero y la alta
política, detrás de la cual se esconden oscuros intereses que el ciudadano común no alcanza a
vislumbrar.
Cuando estamos en guerra no se necesita nada, porque no dan ganas de nada. A veces ni siquiera
dan ganas de comerse un helado. Mientras baja ese frío sabor por la garganta, no podemos dejar de pensar en
los jatufim (secuestrados) que están sufriendo de sed y de hambre.
Nos sirve una llamada, un
golpecito en el hombro, un ánimo tu puedes, de esta guerra salimos y frases positivas que nos ayudan a
tratar de ver un futuro mejor en medio de este caos y desolación que estamos viviendo.
La gente de
Modiin y en especial los de la Olei, ha sido linda en estos momentos. Verlos sonreír, a pesar de todo nos
hace sonreír. Nos hacen dar ganas de degustar ese helado aunque tenga un poco de sabor a tristeza.
En
los momentos buenos, cuando recién llegamos, nos dieron apoyo y nos ayudaron en lo que necesitamos a
nuestra llegada a un nuevo país, donde casi todos hablan con la errrrgggeee, una mezcla gutural entre r y g
que los olim no podemos pronunciar. Ahora es el momento de retribuir, de ayudar en lo que podemos. Hemos ido a
doblar ropa, hemos donado productos a los jóvenes que esperan pacientemente en los supermercados, hasta que
llenan los carritos, hemos hecho donaciones en plata y en comida; hasta fuimos a comprar unas matas para nuestra
mirpeset ( terraza) para contribuir con el medio ambiente y con un kibutz que las estaba distribuyendo, pero
parece que les fue muy bien. Y vendieron muy rápido, porque llegamos varias personas con el ánimo de
comprar y ya no estaba ni el camión. En fin, llegó el momento de ser israelíes y apoyar este
país que nos acogió con los brazos abiertos.
Y en medio de tanta tristeza y devastación, mi propósito es sacar una sonrisa a cada uno de mis
lectores. La vida es agridulce y los sentimientos se entremezclan como los ingredientes en la cocina. Por eso les
voy a adjuntar otro escrito sin lágrimas, algo que les devuelva el sabor de ese delicioso helado que cuando
pasa por la garganta nos deja un agradable sabor
“EL TIEMPO ENTRE COSTURAS”
Recibí
una llamada para invitarme a un grupo de tejedoras. La idea es tejer cobijas para la gente que quedó
desplazada el 7 de octubre, Shabat negro y bufandas para los soldados. Aunque no tejo hace arbé shanim
(muchos años), calculen que mi mamá era una excelente tejedora y le dio Alzhaimer hace 20
años y antes de eso no tejía hacía otros 20 y cuando yo tejía era con ella. He sido
una mamá y una abuela hacendosa, he hecho otras cosas, menos tejer. Recuerdo en Medellín cuando era
una niña mi mamá fue una de las fundadoras del “costurero”, así se llamaba esa
institución que recogía fondos para el colegio y la comunidad.
Tengo muy buenas amigas que
tejen y yo admiro las bellezas de devarim (cosas) que les hacen a sus nejadim (nietos). A los míos les
tocaron cuentos e historias. Les tocó una safta (abuela) contadora de sipurim (cuentos).
Cuando
recibí la invitación tuve un deja vú y quise ir a apoyar la causa, además de que es un
grupo de nuevas amigas que son divertidísimas. Me llamó la atención ir a tejer, reír y
colaborar y por qué no, degustar una deliciosa torta, a pesar de la dieta. Entre una risa y otra, entre una
puntada y otra, ya que es de las actividades que no se olvidan, pude avanzar algo. Es como manejar carro. Queda
grabado en el disco duro, así que pude desarrollar mis habilidades. Es de anotar que mientras mis
compañeras entre punto, cadeneta y chisme, avanzaban en su proyecto, yo tuve que tejer y destejer varias
veces, hasta que logré terminar un cuadrito que va a hacer parte de una gran cobija que se va a armar entre
todas.
La idea es buena, pero se necesitan buenas tejedoras, porque a mi ritmo, los desplazados y los
jaialim (soldados) tendrán que esperar algunos inviernos más para poder calentarse
Marlene
Manevich
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